Alfredo Santos: sobre algunas inmediaciones de la comedia

septiembre 19, 2014

Es probable que en vuestra vida os hayáis encontrado alguna vez con una persona de dicción magnética, de lenguaje corporal absorbente, que sabe expresar en su forma de actuar de manera clara las conexiones semánticas que se están creando en su cabeza para elaborar sus mensajes, conexiones que transpiran rareza, frescura, a partes enajenación e innovación. Creo que ya os hacéis una idea de qué tipo de personas os hablo.

Los que me lean desde fuera no lo sabrán, pero cuando desde la asociación cultural santanderina Eureka anunciaron sus jornadas de micrófono abierto para hacer comedia stand up, libres y abiertas a actuaciones espontáneas, lo cierto es que sonaba a auténtico fracaso. Comedia y Santander son dos palabras que en principio no casan bien. Y de hecho, cuando comenzaron a organizarse varios miembros de esta asociación afincada en la intersección entre Laredo y San Simón y empezaron a tomar forma esta especie de jam sesions en el bar Metropole de la calle Sol que suelen frecuentar los socios y algunos amigos afines… no se lograron, desde mi punto de vista, grandes frutos. Primero porque la distribución del local no facilitaba para nada la recepción de un número cómico, y segundo porque el nivel de los espontáneos amateur (que en ocasiones no lo eran tanto) ha sido y sigue siendo, cuanto menos, reprochable. Cierto es que nunca puedes contentar a todo el público en materia de humor, pero los números cómicos que se han dado cita en las jornadas, salvando a ese espectador aislado que sigue soltando a día de hoy la carcajada con los chistes de El club de la comedia, no parecían tener ninguna consideración hacia el nivel actual que exige este género. Sin embargo, cuando hace dos meses se presentó Alfredo Santos al local algo cambió. Por fin nos topamos con una feliz sorpresa, la de esa magia tan particular en lo que él hace. Para empezar, porque no sabemos si se puede llamar del todo comedia.

“Es como comer lechuga a mordiscos”, “si te comes las guacheras luego te da dolor de cabeza”, “esa es tu idea de suelo”, “hueles a Noja”, “¿Cuál es tu idea de drone?”, “la chica me miraba, y era peor que la densidad de los rabicortos” o “pasar una tarde crisantemo”. Es difícil hacer ver sólo en este puñado de frases descontextualizadas, sin su forma de rimarlas e hilvanar, la sorpresa que supone su acto cómico. Digamos que su figura, el flow y el punch con el que nos abordaba sumado a ese juego de palabras que sólo son algunos destacados marcianos dentro de un discurso con otros puntos más normales… era incómodo.  Alfredo Santos nos habla de su día a día, más concretamente de sus sorpresas e indignaciones en lo que respecta a cómo malvive y cómo malviven los demás. Su estilo es derivativo, eso se nota. No está del todo preparado aunque sí es cierto que memoriza ciertas frases y claves del discurso, y en los momentos en los que pierde la rotundidad discursiva, cuando se muestra vulnerable, se rebaja demasiado el cóctel y lastra al resto de su puesta en escena. Pero lo dice completamente en serio y al menos en apariencia sin pretender hacer reir con sus vivencias, sólo dejando caer de vez en cuando estos retruécanos lingüísticos y algunas concatenaciones de ideas sorprendentes y originales, y así mientras esto sucede en la superficie de su acto hay una autocrítica subcutánea no del todo culpabilizadora, que trasmite más bien una egomanía y narcisismo hasta cierto punto peligroso. Ironía y mal genio perturbador, sí, pero compensada con las ideas de quien aún mantiene la esperanza por redimir y arreglar las cosas y, también, de quien quiere imponer su visión y apelar a la evidente mediocridad del resto más como el reproche encolerizado de aquel que no consigue relajarse ante la absurdidad de un mundo que, pese a sus intentos, no es capaz de tomarle en serio. Es una persona que se ha rendido a su naturaleza. O tal vez no.

Nada de esto es nuevo en la comedia stand-up, ni siquiera este humor que incluye como pilar del ejercicio la ausencia de carcajadas dentro de este género lo es, como bien me ha enseñado un amigo, al identificar en lo que le describo algunos manierismos, en lo pocho y bajonero, de comediantes como Luís Álvaro, Miguel Esteban o de More (Mero). Pero lo que sí hace de esto algo original es la ausencia en sí de identificación del momento cómicos. Por eso todo este juego es muy refrescante, y también soso. Magnético pero incompleto. Y aunque el impulso auto-reflexivo ha estado siempre presente en las manifestaciones artísticas que consumimos cotidianamente, es la belleza de esta autoinmolación tan extraordinaria y tan simple como ver a alguien subido a un escenario quejándose y mostrándose a sí mismo como persona digna y también a la vez patética lo que nos deja pegados a la silla, dejándonos arrastrar por este carrusel de ideas espetadas sin intención de hacer gracia y que aun así nos hechiza. Y es que como espectadora 2.0 estas ideas lanzadas por Alfredo Santos me recuerdan, más que a la comedia, al magnetismo propio que emanan los youtubers. Y digo youtubers ya que son personas normales a las que acudimos hoy para verlas hablando de su día a día. Lo hacen sin guión. Sin mediación. Sin vergüenza. Muchas veces más como con un interés, posiblemente subconsciente, por entrar en catarsis mediante la destrucción de su dignidad bien visibles en mitad de la dimensión pública que intentando erigirse como personajes con los que sentirte representado. ¿Recuerdas eso que sentiste al ver por primera vez los videos de Salvador Raya?

Como siempre que aparece el maldito concepto, este juego de espejos que es la filiación posmoderna se nos convierte en perverso y destructivo, una búsqueda de los mecanismos de la comedia para erradicarlos, para desnudar el estilo y hacerlo fracasar. Si después de Una Risa Nueva se hablaba del post-humor (la etiqueta tiene sus limitaciones, pero ya me entienden) y de cómo las nuevas formas de risa apelan al fracaso de la lógica y de generar sentimientos de incomodidad, podríamos pensar que lo que pretende Santos es romper la sacralidad de la identidad. Ponerse encima de un escenario y abrir las vergüenzas de un ególatra que se sabe en el fondo “rey de la comedia” (me refiero al aspirante a recolector de galardones y caricias del público que es el DeNiro de Scorsese, no al maestro Jerry Lewis) es algo meritorio. La identidad en mayúsculas, como esa cualidad radical que han tenido siempre esos artistas de la vida que se convierten con el tiempo en el pesado del metro, en el colgado de la plaza, en el borracho de la barra del bar. También los Salvadores Raya. Todos ellos poetas. Es, por esto, muy inteligente la decisión de subirse al escenario, en un contexto en el que se espera de ti la carcajada, a contarte su vida: te predispone a sentir su obra desde un estado mental particular, para luego negártelo. Alfredo Santos es el intermediario que nos hacía falta a algunos para hacernos comprender que esos personajes, con lo que hacen, están haciendo arte, y cubriendo una necesaria función social: la de asombrarnos. ¿Y qué es la comedia sino el brillo dopamínico que hace que sobrellevemos mejor la rutina? Esta comedia deconstruida, esta performance que consiste en hacer el ridículo, es un espectáculo valioso. No te vas a reír. No es teatro ni es un actor. Y tampoco hay un mensaje intencionado rebuscando al fondo de esta performance. Es sólo una pobre persona llamada Alfredo Santos que sin saber reaccionar de otra manera ante una realidad que le niega como sujeto digno ha decidido abrir una nueva frontera en la mirada. No me arrepiento para nada de esto que digo: en esta faceta del lenguaje cómico Kaufman no lo hubiera hecho mejor.

FacebookTwitterGoogle+Pinteresttumblrbuffer

Etiquetas: , ,

Leave a Comment