Atlántida Film Fest 2015: Tercera parte

junio 12, 2015

The Fool

No parecen casuales las coincidencias entre la obra Iván el Imbécil (Ivan Durak) de León Tolstói y esta The Fool (Durak) de Yury Bykov. La figura heroica, masoquista y naife con Dima Nikitin como estandarte espiritual de causas perdidas, con la relación materno-filial turbia y esclarecedora, e incluso con esa forma de encontrar mil formas de ser castigado y humillado en ambos cuentos rusos. A fin de cuentas y a un nivel más profundo, la estupidez de la que hacen gala sus protagonistas permiten a estos seres dar rienda suelta a sus fantasías de autodestrucción y de aniquilación maternal, como lo es también esa mat-patria encarnada para The Fool en la alcaldesa de esta ciudad sin nombre Nina Galaganova, que viste opulentas rojas rojas y que todo lo hizo para llegar al poder y chupar de la teta del estado. Pero más allá de estas coincidencias, no es del todo la nueva obra de Bykov una relectura del clásico de Tolstoi, ni siquiera del “durak”, esta figura folclórica tan querida en su cultura. Es  más bien una nueva muestra del culto al sufrimiento, tema especialmente importante en la literatura rusa (especialmente del XIX, período que se vio dominado por grandes obras sobre cómo es esa descensión al mal de los buenos muchachos y que resumiríamos al tropo “así se echa a perder un corazón”) y que se mantiene tan vigente o más en esta nación ahora subyugada por el capitalismo voraz como lo estuvo en su momento bajo otros sistemas políticos.

Sí, la cuestión política lo impregna todo en una película a la que podríamos colocar junto al cine de Costa-Gavras o Francesco Rosi y que, con el sencillo truco de crear un peligro catastrófico inminente, logra una sensación de urgencia pasmosa. Así, mientras el reloj de la bomba mueve sus manecillas, Bykov preña de intensidad las secuencias dialogadas, su núcleo fuerte, de manera que el espectador se mantendrá  intrigado, como si de un thriller se tratara, cuando lo que se nos presenta es una fábula fatalista, una disertación moral y lastimera (esa violencia, esa exhibición de las drogas) que en forma de pequeño teatro desvela la corrupción sistémica que recorre todos el sistema nervioso de la sociedad, empezando por los acaudalados miembros de la administración local y terminando en los misericordiosos que pueblan las viviendas carcomidas. Todos ellos son víctimas, y también irredentos victimistas. Le falta a Bykov una mayor pericia direccional, y ciertos momentos del argumento se sienten como arreglos circunstanciales de guión, pero nadie puede negar la riqueza de su texto.

Aim High in Creation

Conoces el caso. La típica cinta en la que sus creadores y su visión de lo que están retratando palidecen con fuerza ante lo potente que es su objeto de estudio. Es esto lo que ocurre con el nuevo documental de Anna Broinowski, la australiana que, como excusa para hacer una mejor película con su muy desquiciante equipo de actores, le pide asesoramiento para edificar una propaganda eficaz a los que la directora entiende son los reyes de esta vertiente creadora: los norcoreanos. En Aim High in Creation se nos abre brevemente una ventana desde la que podemos intuir un país rico en una cultura muy diferente a la nuestra, con su relevancia vía el hecho diferencial (¿cómo afecta a la población la ausencia casi total de publicidad en televisiones y calles?), con una llamativa cadena de producción fílmica con medios precarios (y con unos americanos invariablemente villanos) así como conocer sucintamente a un cineasta que sí parece haber sido capaz de sobreponer su talento y creatividad a las limitaciones impuestas por la censura estatal. Pero mientras tanto tenemos que soportar la carga de unos protagonistas que, aunque no se den cuenta, se están mostrando como unos paternalistas buenistas que con lo que parece un desconocimiento de la realidad allí subestiman la inteligencia de esos otros, pese a que parecen mil veces más sagaces que los autralianos. No sé si lo pensarían los norcoreanos que aparecen en la cinta, pero yo no podía quitarme de la cabeza la palabra “payasos”.

En cualquier caso poco interés se extrae del tema en el que pretende centrarse la cinta: un equilibrio entre la preocupación por el medio ambiente y el cine mientras en otro plano los realizadores confeccionan su metanarración sobre las relaciones internacionales que establecieron con los coreanos. No sabemos si por el exceso de sutileza o más bien por la indefinición, no queda clara la postura sobre el talento de los orientales en el terreno de la propaganda, dando la sensación en algunos casos de que se están riendo de ellos y en otros que imitan su estilo poniendo las gafas de la observación exotizante. Lo que sí es seguro es que si vas a ver este documental buscando una denuncia contra el mundo del fracking es mejor que te pongas Gasland.

Traffic Department

Hay quien ha visto en Traffic Department un retrato en clave de siete protagonistas y con una visión audaz de la corrupta sociedad polaca actual, en la que cada uno de estos siete agentes de la ley representa una faceta de la corrupción y los vicios que se pueden manifestar dentro de nosotros. Otros han querido fijarse en el tono dogmático y extranjero (véase americano) con el que Wojciech Smarzowski ha contado una historia que se pretendía local y global al tiempo, no logrando ninguna de las dos cosas. Dejando de lado la cuestión de si las historias subalternas son realmente repeticiones de las dominantes (de si el centro es imitado o reconfigurado cuando aparece en los “márgenes”), en esta casa tenemos sentimientos muy fuertes sobre lo que representa en la sociedad contemporánea el departamento de tráfico, y que el foco de atención de su director haya sido éste, siendo como es Polonia uno de los países más corruptos del mundo así como un lugar con una altísima mortandad en carretera (y siendo la confluencia de ambas cosas un caldo de cultivo para que éste área gubernamental se convierta en el hogar de lo mejor de cada casa) nos parece algo que hay que defender. Más viendo los resultados.

Porque aunque se circunscribe en la tradición del thriller de falso culpable con extra de cinismo, es esta película de Smarzowski (la primera de su filmografía a la que nos enfrentamos) frenética y divertida. La dirección es hiperenergizada, mezclando clips en vídeo de móviles con tomas que se fingen naturales y otras desaturadas, pero si esto no te llama la atención te queda su construcción y presentación de los personajes, con su dosis de dulcificación del racismo y machismo, con su presentación de la prostitución y las drogas como atracciones principales del parque de recreo de estos hombres-dobermann y sus muchas interacciones con el mundo de las multas de tráfico y accidentes en carretera, que le guiñan con sorna a las naciones civilizadas y racionales. Lo mejor, además del gag visual del último tercio de la película, es su protagonista, un superhombre violento, calvo, en definitiva macho oficial Krol que ha hecho del departamento su fuente de poder y que por eso, cuando entramos en el run & hide de la película vemos claramente su superioridad mientras trata cada rincón de Warsaw como el perfecto escenario para ejercitar su parkour multidisciplinar (acrobacia física, legislativa, de sobornos, de tortura…). Sin ser un producto sobresaliente sí se erige como buen artefacto de entretenimiento.

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