Atlántida Film Fest: Segunda parte

abril 9, 2014

Why Don’t You Play In Hell

En la época en la que Los Soprano estaba en la parrilla televisiva era circulaba el rumor de que se había encontrado a los gángteres de Nueva Jersey en los que estaban basados los análogos de la serie de David Chase hablando sobre la veracidad de los personajes que les interpretaban. Lo que les parecía correcto o dejaba de gustar de quienes les estaban representando al gran público. En una de las escenas iniciales de Why Don’t You Play In Hell un grupo de adolescentes promesas del cine están grabando su pequeña película de acción al estilo de las de Bruce Lee (ay, Tarantino) hasta que de repente se encuentran a un yakuza ensangrentado que acaba de huir de un combate entre clanes. Cuando le empiezan a filmar apelando a la autenticidad que podrían conseguir con las imágenes el yakuza, más que molesto, está encantado de que le graben. Dicho esto, si la Invención de Hugo fue la manera de reverenciar al cine, con su nostalgia y ternura naif, por Martin Scorsese o Léos Carax hacía lo mismo con su pesadez y decadencia en la ofrenda que es Holy Motors, Why Don’t You Play In Hell es la respuesta tipo Cinema Paradiso a esta pretensión de Shion Sono, pero una cuyas recompensas no son nada oscuras, sino pura diversión y entretenimiento. Esta comedia vulgar, ligera y sobreactuada tan celebrada por el cine japonés habla de la relación entre mafiosos y cineastas (que como es bien sabido es prólija, amplia y transversal) pero la forma en la que se relata, que es lo interesante, en el nuevo filme el prolífico maestro artesano (en nuestro país es conocido sólo por la tremenda Love Exposure) se encomia a lo holístico de la conexión. Entre su víscera y su celuloide, su sentimiento exaltado y el conflicto vital. Las mentes despiertas podrán entretenerse con este caramelo simbólico que es puro gozo de la cinefilia y la vitalidad en general. Para los que no, aún quedará una sucesión de locos sketches magníficamente grabados, histéricamente interperetados y empapados de sangre.

Stranger by the Lake

La reserva natural y veraniega de la zona de Sainte-Croix, que enmarca y embellece los actos salvajes que ocurren en este punto de cruising es retratado sin alteraciones cinematográficas (sin iluminación externa, sin música extradiegética) por el realizador Alain Guiraudie, a quien parece interesarle la mixura entre su escenario y sus personajes, como hablando de los movimientos indómitos que presenciamos en Stranger by the Lake. Del encuentro incómodo a la mirada aviesa, sus ansiosos sujetos asilvestrados, casi animales, representan un teatro de las identidades (el extraño del lago podría ser cualquiera de sus personajes), donde hay lugar para la confesión sexual, el trauma y la expiación. La gaviota suena lejana, y el menos agraciado Henri de sus protagonistas sonríe condescendiente mientras pone excusas para encarar el presentido rechazo, y el río roncea al final de la jornada en el cuarto intento de Franck por acercarse a Michel, de quien ya sabemos por los ojos del primero, hay en su interior a un asesino. Las ganas de vivir el peligro de su protagonista, anteriores a la aparición de Michel, son representadas con anterioridad en un encuentro sexual en el que ni tenía preservativos ni quería usarlos. Una pulsión de muerte, un enamoramiento no correspondido y los diálogos intrigantes que mantiene con su amado hacen de Franck la perfecta rubia de Hitchcock, y el final de la película está a la altura de ese evidente referente. Lo que experimentaremos con Stranger by the lake será similar a lo que hubiésemos vivido de habernos apuntado a unas vacaciones estivales a la orilla de cualquier lago mediterráneo: una atmósfera tranquila que nos baja la guardia, ensancha el juicio y nos abre a nuevas formas de emocionarse. En definitiva, un filme calculado que revitaliza el thriller y rejuvenece la mirada.

L’étrange couleur des larmes de ton corps

Cine sensorial. Cine de las experiencias. Cuando la historia quedó en un segundo plano en Only God Forgives y su director, Refn, se dedicó a romper esquemas y hacer un consistente ejercicio de rechazo a lo convencional las opiniones se polarizaron, generando un placer estético sin parangón para algunos y un acceso violento de rechazo para quienes esperaban algo más que estilo sobre sustancia (vamos, una historia). La diferencia (una de tantas, pero la que nos interesa) entre el ejercicio de Refn y el de el dúo belga (que ya apuntaba maneras en Amer) Cattet y Forzani es que, mientras uno permitía una contemplación lineal, aquí la pareja busca, de verdad, fomentar el caos en el espectador. Su duda y su desconcierto. Y es que la ansiedad rupturista de sus creadores nos da ese vértigo que causan sus múltiples protagonistas: olvídate de intentar contar y darle sustantivo a las morenas que son “Laura” o delimitar el principio y el fin que es el sujeto Dan y mejor quédate con la idea de que esta representación a-lá-giallo se cobraría el oro de ser una novela de Camus o Burroughs. Quédate con que esas sensaciones que te han despertado sus aviesos planos e impecables efectos sonoros (la llamaron en Sitges el Berberian Sound Studio del año no sin motivos) que se quedarán contigo por la noche mientras intentar dormir. Que sus homenajes y la continua la excitación de los sentidos son sólo palabras frente al perpetuo staccato de cuchillas, venas, rajas, pasadizos, gemidos, cuellos, sospechas, ojos, ataques de pánico y pezones. Un Jans Svankmajer que se cruza con Kafka y que te hará afilar las uñas en el sofá. El paroxismo del estímulo aversivo como nunca lo habías visto antes.

FacebookTwitterGoogle+Pinteresttumblrbuffer

Etiquetas: , , , , , , , , , , , ,

Leave a Comment