Atlántida Film Fest: Tercera parte

abril 11, 2014

The Secret Society of Fine Arts

En Características de la evolución moderna y lo que en ella interviene proclamaba André Bretón que “no sería malo que se estableciesen para el espíritu las leyes del Terror”. Ese francés que lideró el movimiento artístico surrealista allá por los años 20 sentía una fascinación por la época de la Revolución Francesa, y fue uno de tantos de sucumbir hacia el magnífico y sublime acto del asesinato como acción artística y de expresión humana desbocada y salvaje. Cuando por aquella época, un año después de la publicación de este libro Germaine Berton asesinaría a Marius Plateau, la asesina se convirtió dentro del movimiento como una figura de poder por encima de ellos, con una fuerza muy superior a la de todas aquellas autoridades intelectuales de salón. Cien años han pasado desde aquellos hechos, y el vandalismo ilustrado, una vez descubierta la energía intrínseca de esta idea, depende más de la postura y del gesto que del acto en sí para no ser revelado como un engolado cliché, como un dispositivo vacío.

Cuerpos inertes (la acción funciona mediante fotografías) y voces impostadas (sólo dos en la mayor parte de la obra) enmarcan esta narración sobre la muerte de la conciencia en la sociedad contemporánea que es The Secret Society of Fine Arts. Este grupo vandálico en busca de la reconquista de la Belleza se cobra su primera acción haciendo volar por los aires el Museo Zoológico de Berlín, a partir del cual, nos dicen, son buscados por el Estado por sus actos terroristas. El héroe de esta historia, del que se habla siempre en tercera persona por la ex refugiada Eva, tiene un problema con la imagen en movimiento, con los 24 fps porque “cuanto más corremos menos sentimos”, quien además critica las e-mociones (sic) en las que nos vemos inmersos en la frenética vida moderna. En The Secret Society of Fine Arts todo está a la vista y no hay espacio para el juego intelectual y consigue gracias a todos sus elementos hacernos perder la atención a medida que avanza la historia. Entre el aliento conspiranoico de The East, el misticismo existencialista de Antes de Amanecer y la arenga pedagógica de Los Edukadores esta supuesta revolución de los sentidos se queda en algo tan pacato como pretencioso. En definitiva: ni la actitud ni la postura para un tema tan delicado y complejo que con facilidad pasa por encima de las capacidades de sus autores.

Tom at the Farm

Podría parecer extraño pero este giro hacia el thriller de tintes negros y depravados que emprende Xavier Dolan en Tom at the Farm tiene más de orgánico de lo que en un primer momento podría parecer. Quien recientemente conquistaba a la crítica y al público con la que, en teoría, debería ser su película más celebrada Laurence Anyways nos acerca a la Canadá rural, los aún traumas indecibles que suponen para una familia la homosexualidad de unos de sus miembros y, también un relato sobre las relaciones magnéticas y destructivas que a veces los sujetos queremos pasivamente entrañar. Es un drama que se oscurece con respecto a las anteriores, también uno de mayor profundidad. Pero si hace dos días hablábamos de Almodóvar y Hitchcock como referentes en otro drama del festival, en esta película esas referencias se hacen notar de forma distinta, como más circense y a la vez cercana. Al principio Tom, actuado por el mismo Dolan, sufre y nos angustia al exorcizar de su cuerpo todo el recuerdo de su difunto novio y vive los distintos estados ceremoniosos acerca de la negación de lo prohibido con la familia del mismo (el bullying y el flirteo del hermano, tan de macarra del instituto), pero el giro psicópata al llegar el último tercio del filme redime en gran parte el bajo nivel de lo que se estaba haciendo rutinario y aburrido. Al espectador le queda el trabajo más comercial del autor, pero también el más armonioso y brillante.

Estos días

Mejor que leer lo que la prensa en papel dice sobre los jóvenes del país es escuchar a éstos mismos reflexionar sobre el ecosistema que les ha tocado vivir. Ver cómo ellos actúan con respecto a él para cambiar, o no, su situación. Salir a correr, hacer unas rutinas de brazos mientras suena rap español en tu Mac, practicar un poco el manejo del coche acompañado por tu primo y echar las mañanas leyendo revistas y estirando el café mientras una jubilada juega a las tragaperras un poco más allá. La sensación de que la vida es una serie de engranajes de los que todos tenemos un poquito de culpa de las barbaridades que suenan en las noticias es la que nunca nos queda claro si comprenden sus protagonistas, que aunque en apariencia son lo que podríamos decir “chicos corrientes” consumen a veces obras culturalmente interesantes y en otras sólo telerrealidad. Eso sí, en cada corte extradiegético que aparece hay una puya y una intención (el audio en la tele de esa escena de Stockholm), con lo que consigue mostrar al tiempo una visión optimista y crítica sobre el panorama. Los nexos familiares, las redes de apoyo y cariño y el trabajo de cuidado humano y del hogar no remunerado laten conscientes por un director, Diego Llorente (que se llevó el Premio a Nuevos Realizadores del Festival de Gijón con su guión para el corto Casa), que ha comprendido en qué ha consistido esta crisis a la perfección y también quiere hacérnoslo notar. El ejercicio, no por estar excesivamente a la vista, deja de ser agradable para el espectador, en la más clara herencia del cine neorrealista pero a la que también le podemos achacar la vertiente irregular por quedarse en un largo de escuela que busca imitar el cine social (ese audio hay que mejorarlo mucho). Diciéndolo claro: Estos Días es una película inmadura, pero que nos promete grandes alegrías por parte de su director y sus actores (estupendos David Cuetos y Alazne Castaño) si siguen por ese camino.

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