Cannes 2015. Día 3: Mirando el legado

mayo 16, 2015

Una muy grata sorpresa, aunque no del todo imprevista, ha sido El Abrazo de la Serpiente. Teníamos nuestras dudas, ya que la nueva película de Ciro Guerra, director que ya había participado en Un Certain Regard con la festiva y aventuresca Los Viajes del Viento, ha sido relegada a la sección paralela de la Quinzaine des Réalisateurs, y seguimos sin entender por qué la han “castigado”, pero no hay dudas de que esta nueva obra del colombiano tiene mucha personalidad y suficientes elementos como para convencer al jurado del certamen. Un filme de aventuras que van desvelando nuevas dimensiones sobre la cultura que retrata, en este caso la Vaupés, y de nuevo contado desde una subjetividad poco habitual para la mirada occidental, se nos ha hecho (aunque posiblemente motivado por la falta de sueño) barroca y compleja, difícil de seguir aunque casi en todo momento interesante. El Abrazo de la Serpiente tiene en la cuestión colonialista uno de sus principales temas, pero que como nos ha interesado es como mero hilo conductor a través del cual descubrir los fascinantes mundos que retratan y, también, adentrarnos en una selva inmensa, avasalladora. Dos líneas temporales que se entremezclan como corrientes de agua y tierra que circulan anacrónicamente  por la selva (las guerras de conquista son siempre atemporales), esta es la historia de un chullachaqui cruzado en el camino de un etnobotánico americano en busca de la yakruna y también en la de un viejo etnólogo alemán que, como el mismo indígena dirá, son en sí mismos la misma persona. Y mientras el americano joven habla de su sumisión también parece buscar el caucho; y mientras el anciano moribundo alemán habla de respeto y aprendizaje sigue teniendo dejes intolerantes. Por suerte, para lograr sus objetivos dependerán en ambos casos de Karamakata, el chamán que sirve de centro moral del filme y que parece portar en su comportamiento las mismas posiciones de rechazo y fascinación que vivieron los pueblos y paisajes amazónicos con aquellos hombres blancos que aparecieron entre finales del XIX y primera mitad del XX en su tierra.

Contaban sus creadores que éste ha sido un rodaje difícil, durante más de 5 años buscando financiación, y tras el que la selva pareció bendecirles durante 16 semanas de rodaje en el Amazonas en las que llovió casi siempre después del trabajo de la jornada. El blanco y negro de grano suave y enamorado del pasado, así como el tema, inevitablemente nos hacen pensar en los clásicos y hollywoodienses filmes de aventuras, y en el Tabú de Miguel Gomes, pero sin duda hay una diferencia entre contar la película mirando desde los ojos del dominador que hacerlo desde el punto de vista del autóctono, siendo esto no sólo por sus connotaciones sociales sino también, repetimos, culturales que se transmiten cinematográficamente hablando a una cámara que en este caso no busca (al menos primariamente) complacernos, sino hacernos comprender, aunque cueste, aunque nos perdamos en ocasiones tanto que queramos apartarnos de sus reglas y, como harán los blancos durante el filme, dejar de respetar esos amargos requerimientos que piden los oscuros dioses. Lenta, gratificante, a veces traicionera en lo que creemos que nos va planteando. Habrá que volver a verla en mejores condiciones, para empaparnos de nuevo con lo que Guerra propone, a ver si esta vez sí podemos confirmar que el alma que le hemos creído ver a esta película es más que un subterfugio estilístico para audiencias reduccionistas. Para ver si, como se busca en este misterio, podemos participar del sueño del Jaguar.


Es el de Our Little Sister un Koreeda menor. Más cercano al tacto de Still Walking, con ese drama cargado de un espíritu buenista y esperanzado de regusto costumbrista nipón tan inevitablemente a lo Ozu, el cuarteto de hermanas kawaii presentadas por el cineasta monopolizan con su optimismo chan una primera mitad del filme que se hace poco sólida o, ya de paso, relevante. Es después de esa primera parte, cuando las cuatro hermanas han forjado ya una intimidad con la que trabajar desde la honestidad sus lazos cuando la cinta se eleva a lo que le corresponde a las películas del que firma, aunque es importante señalar que, con todo, el texto parece no dar para mucho más. El japonés retoma la cuestión del parentesco, pero hablando desde la sororidad, tradición y legado, con más interés por exponer con complacencia y sutileza a las estereotipadas protagonistas (no por nada parece que este drama está inspirado en un manga) que de trasmitir subtextos, entre ellos la supervivencia de las figuras femeninas clásicas japonesas, o las pivotaciones que la sociedad moderna empuja a llevar a cabo en cuestiones como la familia y la fidelidad relacional. Con todo, la soberbia dirección contenida del cineasta sigue convirtiendo esta en una experiencia que va creciendo poco a poco, dejándonos una obra que, al contrario que esos platos que sabemos le han sido instruidos a las jóvenes por su madre, han macerado con mimo, habiéndonos forzado a una espera para ofrecérnosla, finalmente, en el momento justo para su degustación.

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