Cannes 2015. Día 4: atados a Dios

mayo 18, 2015

El día que más ha emocionado a la crítica en el lugar ha sido, irónicamente, el menos flojo a nivel personal, habiendo visto sólo tres películas, de las cuales dos son mediocres y la otra es sólo la primera parte de un tríptico conjunto que, por esto, no hablaremos hasta haber visto al completo. Los acreditados se han emocionado con Moretti, Gomes, Desplechin y Todd Haynes, de los cuales a estos dos últimos intentaremos recuperar mañana. Mientras tanto, a lo que toca:

Son los jóvenes soldados franceses protagonistas unos que, sin parecer querer imponer su visión, no se han adaptado en absoluto a la cultura que les rodea. Que se sienten más como huéspedes incómodos de este pueblo de la frontera pakistaní con un objetivo y una fecha límite. Es entonces cuando sucede algo extraordinario, que comienza no siendo un gran problema pero que va creciendo no tanto en el territorio físico como en el mental y comunitario. Es esta una posible precuela del absurdo de la guerra del último tramo de Apocalypse Now y también el filme sobre las secuelas/ansiedades vitales que deja una guerra que firmaría Shyalaman. En estas estaremos, perdidos como lo estaba el perro de La Cosa, hasta que se resuelve, muy al final, la razón del misterio. Porque el conflicto, al principio, activa en nosotros el pensamiento transversal, pero cuando éste deja que pueble en nosotros la desesperanza mueve a una búsqueda más allá de la conciencia, y es ahí donde la consistencia, como en el filme, se desmorona en favor de una abstracción no del todo grácil.

La ciencia ficción de bajo presupuesto que propone el director novel Clément Cogitore en Ni le Ciel ni la Terre (y también el guion de Thomas Bidegain) interesa, pero no conquista. Es evidente que como primer largo presagia una trayectoria atractiva, y que ha sabido elegir un escenario perfecto (ese opaco, maniático y exclusivo microuniverso conductual militar) mientras su guion defiende unas pretensiones armonizadas con el nivel de lo que la obra ofrece, que no es poco, pero aunque nos queda una historia sugerente, que despliega todo su potencial en el último tramo, se ejecuta en conjunto de forma excesivamente derivativa y seca, más incluso que lo que ya de por sí podríamos exigirla a una obra ambientada en un valle militarizado de Afganistán, y sin llegar a lograr del todo manejar su atmósfera pesadillesca con salidas de tono que nos desvían del objetivo (ese baile techno). En conclusión, se apuntan maneras, pero a Ni le Ciel ni la Terre le falta algo de garra y firmeza.

El debut de la iraní Ida Panahandeh, Nahid, es una crónica realista y pegada a la realidad, cargando sus pretensiones en la de hacer un relato fidedigno, evidenciando la potencia narrativa que de por sí tiene su desgraciado tema, las dificultades de la mujer iraní insumisa en la cultura contemporánea, aquella que decide divorciarse de un mal marido y ser dueña de su vida emocional y también familiar, a pesar de que para esto último la justicia de su país prioriza la custodia al varón por la virtud que inherentemente cargan los de su género. Seguimos de cerca a la imperfecta, pícara y contestataria Nahid, que deambula durante todo el metraje en los límites de la supervivencia material, salvada en el último minuto gracias a las triquiñuelas a las que somete a sus redes de apoyo, aunque para ello tenga que contaminar sus relaciones personales y quemar todos los puentes. En resumidas cuentas, una irresponsable, pero una que sólo lo es de una manera tan rotunda desde ese prisma árabe que se nos presenta, ya que en nuestra sociedad pasaría por ser, simplemente, una persona normal.

Y aunque interesante y políticamente relevante, el relato de Nahid no consigue perder apenas en un par de escenas la sensación de cobardía a un sello estilísticamente mayor. “No soy ni más ni menos que lo que se ve en mis películas” dijo la cineasta mientras presentaba su obra en el teatro Debussy. Lo dijo para hacer notar que las vivencias que íbamos a ver en pantalla es el lugar del que se parte, y por tanto del que se construye el tono de sus historias, pero un espacio particular del que, intuímos, tal vez también tendría que despertar una sensibilidad que, sintiéndolo mucho, sus encuadres medios y sus planos-contraplanos no demuestran nazcan aquí. Dicho de otro modo, es esta una dirección y una puesta en escena funcional y accesible, pero que por ello consigue que el tema no nos llegue con el calado al que este debut en la pantalla grande (Panahandeh ha dirigido anteriormente cortos, documentales y telefilmes) podría haber llegado. Se llena un espacio para el melodrama árabe conciso y sólido, y se deja de lado la reformulación del mismo.

FacebookTwitterGoogle+Pinteresttumblrbuffer

Leave a Comment