Cannes 2015. Día 5: erotismos

mayo 19, 2015

Sinceramente, no creo que sea la persona adecuada para hablar de Carol. El cine de Todd Haynes que he podido ver me repele profundamente, y Lejos del Cielo, que vi justo antes de venir al festival, es una de las películas de las que más me he mofado en los últimos tiempos. Por eso había descartado esta película cuando hice los horarios antes de venir, y por culpa de una opinión generalizada tras los pases de ayer por la noche de que estábamos ante una nueva obra maestra del cine clásico y la muy posiblemente triunfadora de la Palma de Oro es que hice un hueco para poder verla hoy. Evidentemente era una cuestión de azar, pero a veces hay que saber hacer oídos sordos y sacar la espada contra la presión social.

No me enamora la imaginería de los años 50, no me deleita la fotografía soft, y no soy una persona que se pirre por las celebridades, en general los actores suele ser una de las cosas que menos me llama la atención del cine que veo. Tres pilares que son clara causa del entusiasmo con que se ha abrazado Carol y tres elementos que me descartan casi inmediatamente como público para este melodrama artificioso y desmedidamente hollywoodiense que, a pesar de esto, me ha parecido muy sólido y extraordinario en lo suyo. La sensibilidad del director está, como han dicho otros compañeros, en su máxima expresión, y su muy planificada dirección expuesta con precisión de relojero para trasmitir la fórmula melodramática (no pierdan detalle de las relaciones de altura entre personajes según sus dinámicas de poder en los planos, tan escandalosamente subrayada). Los cristales sucios, la nieve de algodón, los tocados, el maquillaje, los rostros hiperfeminizados… Es esta una representación idealizada del universo perfectamente snob de la historia original de Patricia Highsmith, y una visión tan irreal que parece realmente alucinada sin pretenderlo. En ella se pasean las muñecas protagonistas recreando un guion clásico que por lo mismo pierde su elegancia y se convierte en cliché incómodo; de mientras, el paripé narrado sirve de camelo narcisista para un Haynes que será amable con quienes entren en la propuesta y simplemente intragable para aquellos que necesiten más que una técnica cansinamente probada at its best para contar algo que ya se hizo mejor, y hace ya muchos años, por Douglas Sirk o John M. Stahl. Como ya se ha dicho, arrasará en los Oscars. Le salvo los mansplainings.

Mucho más estimulante nos ha parecido, aunque la calidad resultante de los filmes sea de nivel similar, The High Sun. El pueblo, lo atávico, la segmentación y desconcierto nuclear, la sexualidad intuitivamente basta. Es esta una película que se disfruta mucho más desentrañando sus subconscientes niveles de cero que conociendo su premisa, que es la de combinar la historia nacional y el amor como dos temas unidos e indisolubles que danzan al compás del tiempo, creándose mutuamente los temas unos paralelismos, ecos y disconformidades que logran que lo imprevisible de los devaneos del relato mantengan en todo momento nuestra atención. La carga simbólica puede resultar por momentos burda, desde luego, y el artefacto bastante soez, otrora que, como todo filme de episodios, unos nos parecerán más logrados que otros, pero es cuestión de gustos. Habrá quien vea, como he escuchado, que el tercer acto desbarra, pero si amaste lo que trabajaba Bryan Elsley en Skins (ojo, más similar en la forma de verbalizar o no hacerlo de los jóvenes en conflicto y en crear escenarios que acaban en catarsis, no por el hecho de ser adolescentes en estados alterados) lo encontrarás tremendamente satisfactorio, aunque los otros dos cuentos aportan también un gran resultado en su vertiente emocional.

Por encima de todo, el as en la manga de The High Sun es su vibrante dúo protagonista, con unas dinámicas que mutan y se retuercen y una confianza física espontánea y ruda que convence y que, además de darnos un inestimable descubrimiento con el uso de las herramientas del hogar (esas puertas, suelos y paredes), nos ha dado los momentos eróticos más convincentes de lo que llevamos de festival, cosa que, obviamente, es de agradecer bastante. No conocíamos hasta ahora el cine de Dalibor Matanic, cineasta con una carrera consolidada, pero nos ha conquistado a unos cuantos con esta historia sobre las pulsiones balcánicas, su dirección suficiente y carismática y su torrente de tensión, tanto la visible como la invisible, indómita perfectamente dosificada.

FacebookTwitterGoogle+Pinteresttumblrbuffer

Leave a Comment