Jazzpunk: Dr. Strangesandbox

marzo 30, 2014

Admitámoslo: después de los que revolucionan y descubren nuevas mecánicas no hay nada más satisfactorio que toparse con un videojuego que sea claramente producto de la visión particular de sus creadores. Que, perceptivamente, sea un reto novedoso, un mundo que logre seducirte, que arengue tu músculo de la curiosidad a ejercitarse y que te agasaje para desbloquear todas y cada una de las posibles interacciones del entorno (y que lo consiga incluso si no hay ningún panel de recompensa que sirva de aliciente sensorial). Imaginemos, por un momento, un universo cyber-camp que se nutra de las novelas de William Gibson y Bruce Sterling y de películas del estilo de Agárralo como puedas o Hot Shots part Deux. También de recursos menos spoof y mucho más estimulantes como El almuerzo desnudo, Miedo y Asco en Las Vegas, Enter the Void… o Las tortugas ninja. Del estilo visual de los modernistas Saul Bass o Josef Albers, o de la incapacitación orientativa de Antichamber. No, mejor pongámoslo así: robogeishas, cowboys, tartas de boda como miniguns, microchips, fluidos de paloma, amenazas soviéticas (sí que se echa de menos aquel periodo, sí). Un sitio donde eres pizzatransportado a una parodia del Resident Evil II de porciones de pizza antropomórficas y maléficas, donde puedes entrar en el sótano de una piscina, donde has de desenmascarar a unos tipos sospechosos que en el fondo son bolos, o donde debes hablar con una fumadora empanada francesa… It’s all about the jazz.

A caballo entre la aventura gráfica y la exploración absurda (que acaba apelando al existencialismo y, también, haciendo saltar por los aires lo inculcado desde la corriente psicológica del construccionismo), en su origen Jazzpunk iba a ser un simple sandbox de estilo noir y puzzles tradicionales. Fue a lo largo de los cuatro, cinco años de trabajo (tortuosos, espaciados en el tiempo entre otros proyectos y con los problemas asociados a haber probado múltiples motores de desarrollo) que a Luis Hernández y Jess Brouse les dio por experimentar, pensando que el juego les había quedado algo pesado, y empezaron a añadir a los niveles aquí un chiste allí un momento de slapstick. Y si al principio las bromas podían aparecer en la obra cada diez minutos en la versión final nos encontramos con algo así como a chanza por segundo. El resultado, como es de esperar, está corrupto, con un humor de bajo nivel entre cheesy y chic, sin grandes carcajadas (más bien con una risa nerviosa y la ceja levantada pertinentemente mientras en tu interior tu mente chirría) pero esa exploración en clave gag de la mentalidad enajenada de sus creadores termina, dentro de la imperfección, por crear algo magnético: un gesto de conmoción semiótica continua que brilla por su originalidad. ¿Puedes comparar el humor de este juego con alguno al que hayas jugado anteriormente? Yo te reto a que lo intentes.

Los chicos de Necrophone Games tampoco parecen creer en la linealidad ni la interrupción acotada (por momentos no se sabe qué rango de puzzle puedes estar haciendo). Incluso si el tono falla a veces y adolece de profundidad en ciertos momentos, Jazzpunk aprueba con nota gracias a sus buenas vibraciones y, sobre todo, su característica y única visión artística. Jazzpunk te abre las puertas a un microuniverso de atmósfera excepcional e irrepetible imperfecto y abstracto, de payasadas estrafalarias que caerán más o menos simpáticas pero saturarán tu juicio sin remedio. Dos cosas nos han quedado claras: que el mundo hubiese sido un lugar mejor si los japoneses hubiesen ganado la Segunda Guerra Mundial, y que los shows de sketches interactivos tendrán siempre un hueco en nuestro ordenador y en nuestros corazones.

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