La banda sonora en Frozen: el encanto elemental

junio 16, 2014

Flecte quod est rígidum, fove quod est frígidum, rege quod est dévium (Veni, Sancte Spiritus)

Beware the frozen heart (Frozen)

En el documental dirigido por Don Hahn, uno de los productores más importantes de Disney, de 2009 y titulado Waking Sleeping Beauty daban al período que va desde 1989 a 1999 el título de Disney’s Rennaisance. Y vaya, las piezas encajan. Las películas animadas de entonces y que incluyen entre otras La Sirenita, Aladdín o El Rey León son casi todas grandes éxitos. Podríamos decir que la que cierra aquel momento de gloria es la también notable Mulán, y que Tarzán sería la película de 1999 que abrió una nada gloriosa nueva etapa, convirtiéndose el filme en el primer fiasco de los varios que se sucederían de aquel momento en el que Disney rivalizaba ya en calidad e importancia para los más pequeños con los tantos que Pixar y posteriormente Dreamworks empezarían a cosecharse frente a una Casa del Ratón más centrada en la explotación de secuelas directas a VHS primero y después a DVD de anteriores universos que por estar previamente creados facilitaban una mayor rentabilidad relación costos/beneficios de sus dibujos y posterior venta de merchandising.

Además de las secuelas, Disney también ha estado en estos últimos tiempos experimentando en terrenos más allá del cuento canónico, del arquetipo greco-egipcio, de los hermanos Grimm y de icónicas princesas, así que tenemos que trasladarnos a nada menos que 2009 para volver a encontrar un título original del sello que pretenda volver a generar el mismo feeling: el lanzamiento de Tiana y el Sapo, musical que aún no ha rentabilizado los costes de producción por no hablar del presupuesto en marketing. Un año después vuelven a intentarlo con Enredados, que aunque se ganó el beneplácito de crítica y público consiguió un más bien moderado éxito en taquilla. ¿Por qué motivo Tiana y el sapo o Enredados no han conseguido ser el triunfo arrollador que tanto ansiaba la casa para que esta resurgiese? Es decir, ambos productos tenían algunos de los elementos necesarios para triunfar: estaban basadas en un cuento de hadas (incluso Enredados fue la primera en volver a la tradición de reconstruir el cuento que caracterizaba el período de la Renaissance), tenían unos personajes protagonistas fácilmente identificables por los más pequeños. Y yendo más lejos, si las campañas de marketing evidenciaban esa intención de la compañía por poner la primera piedra que asentase el revival de producción de Clásicos Disney, la recepción de la misma reveló que el público estaba dispuesto a volver a apreciar la antigua fórmula. Pues lo que ocurría es que se habían olvidado, claro está, de crear la banda sonora adecuada.

Lo sé, ha pasado tiempo, pero prestémosle ahora un momento de atención a Frozen. Bueno, a Frozen no, a su banda sonora. Porque sí, es posible que no te hayas dado cuenta, pero hay razones tras el hecho de que sigas recordando, meses después de haber visto la película y si te dan el primer compás, de la melodía de Do you want to build a Snowman?*, de Fixer Upper, o de Love Is an Open Door, y también de que tu hija, primo o sobrina, así como demuestran ahora mismo la mitad de los niños de todo youtube, se hayan pasado las semanas posteriores a verla en cines cantando sus temas por los pasillos de sus casas y escuelas. Puede que no hayas caído en ello, pero a pesar de ser mayorcito y de haber pasado tu primera etapa de fascinación por las películas de Disney (los habemos a los que nunca se les pasa del todo) recuerdas su estribillo tan bien como el de La Sirenita o El Rey León. Sí, es uno de los sellos distintivos del Clásico Disney™, que sus canciones sepan pasar el test que supone el paso del tiempo (eso por no hablar del golpe de efecto nostálgico que te asola cada vez que las recuerdas), y Frozen, no Enredados, tendrá el mismo efecto dulcificante en futuros posteriores al de su infancia. Mucho sabía de este efecto el dúo encargado de componer las mejores canciones de los años 90, Howard Ashman y Alan Menken, quienes trabajaron en Broadway y usaron lo aprendido allí para crear después ese reconocible canon Disney, método estudiado y perfeccionado con maestría en esta ocasión por Robert Lopez y Kristen Anderson-Lopez. Entonces, ¿cómo funciona ese canon Disney?

Aceptada como premisa válida la de que los niños pueden ser, al mismo tiempo, los mejores y los peores críticos, habrá que aceptar con ello también que el gusto del niño, al menos en la sociedad occidental en la que vivimos, es apostar por canciones de memorables melodías, pegadizas como jingles y predecibles como el pop estándar de los 40. Y cuanto más sencilla, más universal, más potencia tendrá el hit. Los pequeños excitan sus sentidos única y exclusivamente con la emoción, con la épica, el mito y el old-fashion ‘following your heart’. Con todo esto en mente entran en escena el matrimonio Robert Lopez y Kristen Anderson-Lopez, aquí encargados de trabajar mano a mano con Christophe Beck para confeccionar esa relectura del cuento de Hans Christian Andersen que Disney lleva intentando adaptar desde hace ya más de setenta años y que no fue hasta que se tantearon las aguas del CGI con Enredados en 2010 que el proyecto de The Snow Queen pudo seguir adelante y que contará esta vez no con una, sino con dos princesas como protagonistas de la historia.

Lopez y Anderson-Lopez son dos especialistas en la composición musical, como demuestran sus trabajos en multitud de obras para niños tanto para la pequeña pantalla como para los escenarios de esos teatros comerciales tan representativos de la anglofonía o sus colaboraciones para obras musicales tan notables como las presentaciones de los últimos años de los Tony Awards, los Golden Globe, la banda sonora de Team America, el capítulo Broadway Bro Down de South Park o la comedia musical The Book of Mormon. Y su enfoque es el de quien cree en el poder narrativo que pueden poseer las piezas sonoras, hasta el punto de ser elementos autónomos por sí mismos pero sin los cuales no podría entenderse el conjunto de la obra de la que forman parte. De hecho, en las entrevistas en las que hablan del proceso creativo llevado a cabo para desarrollar la banda sonora de Frozen han dejado en multitud de ocasiones constancia de que cuando terminaron de componer Let it Go tuvieron que rehacer parte del material animado de secuencias posteriores para que encajase con la evolución del personaje que el set de esa canción marcaba, y también que eliminaron sin problema las más de 30 composiciones que llevaban hechas hasta el momento, creando unas nuevas ex profeso que permitiesen darle la armonía necesaria al conjunto del filme, siempre con Let it Go como foco central de tensiones sobre el que las demás piezas giran. Y es cierto, si eliminases los sets musicales de Frozen, en especial Let it Go, la historia no avanza. Pero si elegimos no creernos esa propaganda no podemos tampoco dejar de notar la potencia de los temas. Su suprema simplicidad, su insultantemente fácil predicción, su entusiasta encanto y sencillamente brillante transferencia hacia la mente infantil. Es más, si no me crees a mí, pregunta a cualquier padre o madre que haya llevado a sus hijos e hijas a ver Frozen y que te cuente si los niños han sido capaces de recrear, como mínimo, la escena, la evolución musical, el estribillo de la pieza central de la película, Let it Go. Y si no, presta atención a cómo estas niñas hacen las inflexiones y entonaciones aquí:

Como ves en este segundo video, la resonancia emocional que se produce en esas niñas al recrear las escenas donde su heroína pega el pisotón en el suelo, se quita la corona y se desprende de su peinado para brillar por sí misma se une al evidente mojo de una música tan radicalmente pop como de melodía imparable. Y esto es así con todas las canciones importantes de la película. Por ejemplo, ambas canciones que abren el disco oficial de la banda sonora de la película, Frozen Heart y Do You Want to Build a Snowman? nos recuerdan profundamente al tipo de composición con que Alan Menken comenzaba también en lo que surgió de sus colaboraciones para La Bella y la Bestia, Aladdin o Pocahontas, y la rarísima pieza de In Summer, sobre todo con el apoyo visual del número protagonizado por un muñeco de nieve que ansía vivir la época estival en las costas de Tailandia es a la vez una imagen tan perturbadora como reivindicable, bien resaltada por su melodía de apoyo. Pero claramente la joya de la corona es la ganadora del Oscar a Mejor Canción Let it Go, y como tal ha de ser tratada. Let it Go, esa pieza en la que su protagonista, Elsa, abandona el hogar familiar para adentrarse en su propia aventura liberándose de sus responsabilidades como monarca y decide convertirse en una reina de las nieves con numerito de gran diva LGBT incluido es estupendo, y se le ha equiparado al logro que hizo famoso al dúo compositor, Defying Gravity, del musical de El Mago de Oz que escribieron para su adaptación en Broadway y que, casualmente, también estaba interpretado por quien pone voz a Elsa en Frozen, Idina Menzel.

Suele acusarse a los críticos de sobreanalizar los éxitos que escriben la historia del mainstream, pero personalmente creo que las canciones que consiguen un éxito masivo, que superan las expectativas de aquellos que habían apostado por esas obras (Disney no supo anticiparse a que la versión interpretada por Menzel eclipsaría por completo la versión que también interpretó en paralelo Demi Lovato) exigen una mirada en profundidad. Nadie te habría creído hace medio año si le dices que la canción de una película de dibujos, por muy Disney que sea, volvería a colmar las listas de Billboard en pleno 2013. Que ocuparía el primer puesto, batiendo el nuevo lanzamiento de una Beyoncé en plenitud de su carrera para monopolizar el número 1 por más de cinco semanas, vendiendo tres millones de copias de CDs de su banda sonora, apoyando fuertemente a ese ya increíble record de mil doscientos millones de dólares que la casa se ha embolsado sólo contando las ventas en taquilla, BluRays y DVDs con su nuevo monstruo fílmico (espectáculos de hielo, obras en Broadway, sing-alongs y tantos otros productos hay en marcha que garantizan que la frozenmanía continuará). No hace falta ser musicólogo para ver algunas de las claves de por qué Let it Go es una increíblemente talentosa pieza en cuanto a narrativa musical: los nerviosos acordes menores de la primera estrofa, saltando a una clave mayor enfática con la línea “Well now they know!”; la frenética aceleración del ritmo con esa síncopa justo antes de la subida de la protagonista por el puente de hielo; el salto explosivo del estribillo reflejado en el ascenso de la cámara en la animación, el magnánimo encogimiento de hombros final de “The cold never bothered me anyway”, con ese sotto voce que acentúa el drama…

Sí, Let it Go es el eje que cambia la dirección de la película. En el momento en el que aparece Let It Go se forma una ironía oscura al ver que la propia liberación de Elsa, que su aislamiento y soledad tan necesitada por su alma torturada creará un invierno eterno para con su reino y habitantes, provocado un desastre económico y ecológico de proporciones catastróficas (superheroicas, sí) en el territorio que le es propio por nacimiento y todo esto sin que ella sea consciente de las consecuencias que está teniendo su elección. La canción, como se explica en el siguiente video, demuestra con sus acordes que es un momento de libertad, pero también de exhibición del germen de la tragedia en todo storytelling moderno que se precie. Los mayores villanos de la historia del hombre son personas actuando de manera inconsciente, haciendo lo posible por sobrevivir como mejor saben a su entorno. Sí, por primera vez en Disney los niños se sienten identificados con la mala de la película. La precisión sonora y visual con que empatizamos con el villano analizada con precisión de la mano de un profesor de música en el siguiente video:

Un coro transnacional de un millón de niños y niñas cantando con toda su alma e ilusión una power ballad puro alegato de independencia, de reafirmación en su identidad, del despertar sexual, de la posibilidad de ser pequeño, gay… diferente y “dejarte llevar” al mejor estilo del cristianismo góspel frente al tradicional discurso católico de sacrificio de tu disconformidad con lo que espera de ti el sistema en favor de la estabilidad de la comunidad, en una escena con ecos a El Infierno de Dante y a El Paraíso Perdido de Milton… y que esto lo consiga nada menos que Disney tiene en sí mismo, hay que reconocerlo, cierto encanto.

*Disclaimer: se ha escogido la versión en inglés de las canciones de la película por ser el idioma en el que están compuestas originalmente, siendo por este motivo obviamente la versión idiomática de mayor aproximación a la intención primigenia de expresión pretendida por parte de sus compositores.

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