Night Moves: la presa y la cuneta

septiembre 12, 2014

Los personajes de Night Moves saben que en el mundo que les rodea hay enmascarada una pesadilla. Saben que, frente al comportamiento cándido y festivo que profieren los campistas que disfrutan de sus vacaciones en esa reserva natural de Oregón que vemos en la película hay que estar alerta ante ese cataclismo medioambiental subyacente, ese que absorbe poco a poco nuestro futuro, en silencio y sin provocar escándalos, y de cuya elusión colectiva todos tenemos parte de culpa. Saben que esta sombra es tan cierta que se nos muestra como filtro tangible, a modo de subjetividad temática, puesto en esta fotografía oscurecida, cuasi industrial que vomita la película, de la misma manera en que ellos la sienten en su mirada. De lo que seremos testigos, lo que aprenderemos también a la vez que sus protagonistas, es que esta sombra en verdad a parte de ser una realidad ecosistémica es también ineludible en el comportamiento del ser humano, consciente e incapaz de huir de su propia naturaleza. Es decir, que al menos la mitad de esa atmósfera siniestra es el reflejo del alma negra que ellos cargan dentro de sí como una losa. El hombre es el animal más inteligente de todos.

La vida en clave de thriller, un clima constantemente bello y maldito y un sempiterno bombardeo de semiótica cargada de tenebrosidad y que gira sobre la vastedad de la culpa al estilo Crimen y Castigo, este es el cine de los sentidos, y la retórica del poso que nos habla cada vez que irrumpe en escena de un barco de recreo, 500 kilos de fertilizante, el hobby hortícola acalla-conciencias o la cultura del picnic como esas referencias que aparecen a la Norteamérica que se cree rural y agraria pero es más un simulacro de la misma, cargada de pirotecnias y confort fordiano. El vaquero de Marlboro no era más que un aspersor de humos tóxicos. Para Kelly Reichardt el estatus y la dimensión política siempre se nos colará, hasta en el paisaje más parco en estímulos, para atacar esa segunda naturaleza en la que estamos encerrados. Ya lo demostró su capacidad para contar una historia de modesta premisa pero cargando cada fotograma de sustancia en Wendy and Lucy, y también lo hizo en Meek’s Cutoff, ese austero Oregón (siempre es Oregón) fundacional y su forma de leerle los horizontes a la mitología del western. Pero para esta ocasión se pone manos a la obra con el eco-activismo, la civilización, y la dilucidación sobre lo que es el reparo al daño hecho, y lo ejecuta siempre con mayor furia y pasión, con una mejor forma de explorar el delirio, de lo que vimos en The East (más magufa y artificiosa), tal vez su referente temático más cercano en el tiempo, tan opuestos en el resultado. Sutil es la palabra que estás buscando.

¿Qué haces si te encuentras con una cierva muerta y preñada en la cuneta? ¿Si la huella ecológica es a día de hoy pura violencia gratuita dónde está el terror en el eco-terrorismo? En el fondo: ¿es la sociopatía un superpoder o sólo la enfermedad que hace que no distingamos los límites del bien y del mal? Deslumbrante, vívida y fértil en subtextos (el concepto de producción también es muy sugestivo en su obra), la capacidad de Reichardt de introducir al espectador, gracias a la puesta en escena, el diálogo eficiente y la siempre inteligente elección del plano en el que colocar la cámara, en el mismo drive paranoico en el que se encuentra Jesse Eisenberg le pone el broche a su confirmación como directora de voz propia y única, una sobre la siempre fascinante capacidad del ser humano para ser aún más patético y miserable a cada paso que da. Otro tanto para Kelly Reichardt.

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