The Punk Singer: chicas al frente

junio 25, 2014

Tu padre ya abusaba psicológicamente de ti cuando estabas bajo su techo mientras tu madre te llevaba a los refugios de mujeres que han sufrido violencia doméstica. Fue así como en tu infancia empezase a comprender un par de cosas sobre las cuestiones de género. Pero ahora eres joven, tienes 22 años y estás en Olympia, recién salida de tus estudios de fotografía en el Evergreen State College, en el mismo momento en el que se está gestando la escena local más relevante que jamás volverá a generarse en esa ciudad. Quieres alejarte de tu pasado pero te encuentras con que tu arte feminista es censurado por tu propia universidad. Que un hombre en Montreal ha entrado hace dos días en una habitación llena de ingenieros, ordenado a los hombres salir e inmediatamente después pronunciado las palabras “sois todas una panda de feministas, y yo odio a las feministas” para después abrir fuego y matar a las 14 estudiantes que se encontraban allí. Que la revista TIME publica un especial titulado “¿Está el feminismo muerto?” refiriéndose a cómo las mujeres ya no se consideraban a sí mismas feministas. Te encuentras con que ya no es sólo que no puedes ir a compartir la escena del momento de tu ciudad porque cada vez que se sube al escenario una chica es tratada con condescendencia, paternalismo y ningún tipo de credibilidad, sino que cuando montas un local de conciertos tú sola con tus amigas, las bandas de punk llenas de tíos a las que invitas a tocar consideran que tu música es “demasiado agresiva” y se te quejan de que no hay suficiente zumo de naranja en el backstage. Es más, un día y mientras tú estás trabajando fuera, tu compañera de piso en el campus es agredida sexualmente por un hombre que ha irrumpido en vuestra casa mientras ella estaba dormida, y aunque logra zafarse antes de la violación los moratones van a acompañarla durante las próximas semanas. En ese contexto una persona normal lo que terminaría haciendo es mudarse con su amiga del apartamento a algún barrio menos conflictivo e intentar sobrellevar su vida. Pero si eres Kathleen Hanna abrazas ese campo de cultivo de rabia y carácter, consuelas a tu compañera, coges un micrófono y cargas con todo ese combustible para montar un movimiento. Y haces la revolución.

La mitad de los medios especializados en música a lo largo y ancho del mundo han abierto los especiales de este mes con hagiografías exhaustivas sobre Kurt Cobain y la estela de Nirvana, en conmemoración con los ya 20 años de ausencia del cantante tras su suicidio el 8 de abril de 1994. Nirvana es para la historia el incuestionable grupo originario del estilo que destruyó la marginación del underground para popularizarlo y hacerlo así piedra roseta del sonido que crearía tantas corrientes musicales como actitudes ejemplares para las nuevas generaciones de la sociedad. Y sin ir más lejos, en la revista Rockdelux encontramos los siguientes subrayados de los testimonios de Cobain recogidos en el libro Journals acerca de las memorias del artista: “He aprendido a odiar el movimiento riot grrrl. Un movimiento del que yo mismo fui testigo desde sus orígenes porque me tiré a la tía que sacó el primer fanzine del estilo grrrl y ahora ella se está aprovechando del hecho de que folló conmigo”. La declaración se contradice páginas antes en el mismo memorándum con el comentario “Os hecho de menos Bikini Kill. Os quiero de todo corazón”. La otra cara de la historia del grunge se recoge para nuestra suerte en The Punk Singer, donde nos explican entre, otras cosas, que no habrá biografía sobre el atormentado artista que se precie que no contenga un pasaje propio acerca de la importancia, casi monopolio en la escena de Olympia en los 90 de esos grupos femeninos como Bikini Kill, Bratmobile, The Go Team o también Sleater-Kinney y a los que les debe mucho a nivel musical y de actitud la consabida banda de Seattle y las que vinieron después. Sin embargo, no nos encontramos con reportajes en esta prensa a varias páginas del importantísimo legado del riot grrrl, pero éste se topa ahora con un especial documental sobre la historia de Kathleen repasando las claves del movimiento, centrándose en los hitos en la vida de quien parecía predestinada a cambiar el mundo y también dilucida las razones del largo silencio de la voz crítica musicalmente más importante del feminismo en la esfera pública, abandonada allá por 2004.

“Quiero que vengan las chicas al frente”, espeta una y otra vez Kathleen a los atónitos asistentes de sus conciertos a la mínima ocasión y durante todas sus citas. Tanto ellos como ellas, tan poco habituados bien a cambiar la distribución natural de segregación del espacio por sexos (mujeres atrás, hombres delante) de las escenas grunge o punk causada por la violencia física de los mosh en las salas, bien a que una mujer les de instrucciones, aunque ésta esté en el escenario. Después de insistir lo consigue, y las chicas empiezan a entenderlo. No tienen por qué quedarse calladas u ocultas. “Estos conciertos son para nosotras, y si por una jodida vez los chicos no pueden ser amables y entenderlo bueno, pues cerrad la puta boca”. Esa rabia desde la defensa que sabe canalizar como líder del movimiento es una de las razones por las que la figura de Kathleen fue tan magnética como icónica y necesaria. Una de las ideólogas fundacionales del Riot grrrl de tercera ola, front person de Bikini Kill y después también de Le Tigre (y de su pequeño proyecto de música electrónica Julie Ruin) aparece en este documental compuesto de testimonios de gente alrededor de su persona, de ella misma y de footage selecto de aquellos años de quien supo fascinar y conectar con las necesidades de buena parte de la población por razones obvias. No hay persona más energizante, más cargada de una ira que invita a la lucha de una forma auténtica y pura como Kathleen, y así lo demuestran todas y cada una de las impactantes imágenes recogidas en el documental dirigido por Sini Anderson. Cuando grita con un tono monocorde y decadente la letra de Double Dare Ya, dirigida a mover a la acción a las chicas, cuando la vemos en el escenario con un inmenso SLUT escrito en el pecho, cuando la vemos contonearse como una stripper mientras ofende al patriarcado, cuando la vemos vestida de una manera totalmente femenina y hablar con un impostado acento pijo mientras dice cosas absolutamente brillantes y exige el respeto que no le das por tus prejuicios hacia su imagen, o cuando expulsa sin miramientos de sus directos a los imbéciles que tratan mal a las asistentes de los conciertos. Hablamos de acción, de reivindicar y luchar desde el arte, uno además lo suficientemente malo como para que todo el mundo pueda imitarlo y reinventarlo cada cual por su cuenta. Hablamos también, por supuesto, de saber conjugar tus propias contradicciones como persona que milita y que se encuentra, por ejemplo, amando a uno de los integrantes de los Beastie Boys, Adam Horovitz, persona con la que ha vivido desde hace ya más de 10 años y que la ha acompañado durante su agresiva enfermedad de Lyme, la razón detrás de su silencio público.

Conmovedor, vibrante, agresivo al igual que la propia Kathleen, este repaso a una carrera merece la atención de quien no conozca la importancia del movimiento Grrrl y su precursora, así como también es una oportunidad excepcional para aquellos que, aunque conozcan de sobra esta historia, puedan deleitarse con esta artista que se quemaba en los escenarios, que supo resistir todos los ataques de un sistema que sólo estaba en su contra, que sabía con su chorro de voz tocar las teclas adecuadas para provocar las más revulsivas reacciones de la ideología que beneficia al sistema. Kathleen fue y es una persona que lo ha comprendido: en esta vida no hay que parar de gritar.

FacebookTwitterGoogle+Pinteresttumblrbuffer

Etiquetas: , , ,

Leave a Comment