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Una de skate: Pretty Sweet y Monopatín

marzo 26, 2014

Pretty Sweet

Cuando en 1958 los asistentes a los cines del mundo entero vieron el plano secuencia que abría Sed de mal, ese thriller dirigido por Orson Welles que sentó las bases de lo que después sería el cine clásico negro estadounidense, tuvieron que ser conscientes de que estaban siendo testigos de un hito en la historia del cine. De la misma manera, cuando suenan los primeros acordes del California de EMA y la cámara, que comienza con un primerísimo primer plano del rostro de Rick McCrank para después recorrer un escenario urbano perfecto para patinar, serpenteando entre jóvenes skaters durante aproximadamente un minuto, llega a una pista de baloncesto hasta los topes de todo el equipo de rodaje bajo esta producción de Chocolate y Girl y, todo esto, entendemos, está grabado en una sola toma desde un helicóptero que en ese momento sube a un cielo en el que estallan infinitos confetis dejando claro que sólo es el inicio de la intro a la que le siguen una sucesión de rápidos fragmentos hiperdinámicos donde la superioridad y fortaleza física de estos chicos consigue unas cuotas de espectacularidad que ya le habría gustado a los nazis en la década de los 40 para hacer su promoción racial… comprendemos que estamos ante una obra única e inusual cuyo éxito está garantizado de antemano. El cool en el skate sigue vivo, y viene en un combo de nuevos jóvenes descerebrados, slow motion y Full HD. Para cuando termina la ralentizada intro y el tiempo se reajusta en el documental Pretty Sweet los atrezzos de fiesta se agotan, la música se apaga y arrancamos con la primera y monumental hostia que se ha metido uno de los protagonistas de este vídeo, quién se ha comido un pivote de metal con toda la rodilla bajando por la barandilla de una escalera. Es ese humor tan característico de Jonze a pleno rendimiento, que irá saboteando a modo de recesos de comedia grotesca los relevos entre patinadores (un show y un sketch). Las proezas físicas y las estilísticas que se alternan. A fin de cuentas Jackass no es tan ajeno a este universo.

Allá por 1993 Rick Howard, Mike Carroll, Megan Baltimore y Spike Jonze fundaron en california lo que terminaría convirtiéndose en una de las marcas más apreciadas por los patinadores no sólo por sus productos, sino por ser un sello de protección y divulgación del talento de sus skaters profesionales. En su compañía hacen hueco a algunas leyendas del patín de tiempos pasados que, a día de hoy, no poseen las capacidades que ostentaban en su juventud, pero a cambio pueden encargarse de la distribución, promoción y creación de artículos para la marca. Y es que Mike Carroll y Rick Howard, dos de los nombres más importantes del skate moderno que durante la década de los 90 se dedicaban a revolucionar el panorama viraron hacia la dimensión comercial de su afición, y mientras tanto Spike Jonze hacía videoclips para Björk o Chemical Brothers y trabajaba en proyectos como Cómo ser John Malkovich, pero posteriormente siempre ha conseguido encontrar hueco para dirigir junto a Ty Evans (otro experto del skate y fotógrafo de prestigio) los documentales y demás videos promocionales de la casa. Yeah Right! sentó en 2001 el precedente de estilo y tono sobre el que se edificarían con posterioridad todos los grandes videos de las marcas de skate de primera línea, y varios años después apareció Fully Flared, el anterior título de promoción de la cantera (para aquella ocasión promocionado junto con Girl/Chocolate por la compañía de zapatillas de skate Lakai) que se convirtió en un éxito instantáneo siendo el video de skateboarding más vendido de todos los tiempos. Cinco años más tarde tenemos una nueva entrega, esta vez la primera grabación de larga duración de Girl Distribution Company en la que aparece el joven Sean Malto y también la última en el que Ty Evans colaborará como director. Pretty Sweet es, tal vez, el primer video que transmite una intención de crear un relevo generacional serio, a modo de transición entre el park-to-street de hace 25 años hacia nuevos territorios por explorar por jóvenes como Cory Kennedy o Sean Malto, y hace esto cambiando el molde por el que el resto de títulos se habían estado guiando: de un 70/30 de eminencias y nuevos talentos con una idéntica proporción pero en contraria correspondencia.

A lo largo y ancho de parques y plazas de Nicaragua, Costa Rica, Panama, China, o Barcelona veremos la intensidad de Vincent Alvarez, la innovación de Kennedy, la precisión de Stevie Perez y la agilidad de Raven Tershy y Elijah Berle. Todo ello hasta llegar la aparentemente interminable tromba de trucos de los que hace gala el jovencísimo Sean Malto. Y si contra la fuerza de la juventud no pueden competir las míticas estrellas, éstas sí pueden demostrar, como era de esperar, las ventajas de quienes tienen más experiencia, capacidad para la improvisación y pericia a la hora de exhibir lo mejor del old school. Las partes protagonizadas por Marc Johnson, Kenny Anderson, Jeron Wilson, Brian Anderson, Jesus Fernandez, Mike Carroll y Eric Koston demuestran todo esto mientras, por la distribucion y minutaje de sus apariciones, dejan claro que están de retirada ante la nueva crew (aunque, como dirían los entendidos, aún falta tiempo hasta que alguno de estos chavales pueda hacerse ver como un sucesor de Guy Mariano, que protagoniza el último fragmento y nos recuerda que aún es el rey).

Pero no le temas a la batería de nombres del párrafo anterior: Pretty Sweet es accesible para los profanos como nosotros. El documental, aunque está claramente pensado para los fanáticos de la técnica también tiene un interés visual, estético y una narración propia que engancha (el mejor documental de una cultura callejera tan amplia y longeva debería ser, como mínimo, un buen documental).  Sí, te has tirado 80 minutos viendo las piruetas de 15 chavales saltando vallas y bancos en monopatín sin darte cuenta y no hay tantos trucos diferentes como para echarles la culpa (mucho kickflip, algún 360 flip, bastante lipslide y bluntslide, manuals salteados, escasos aereos y ensalada de freestyle a cargo de Marc Johnson). Lo que consigue engancharnos, aparte obviamente de su cinemática (todos esos ángulos y giros de cámara imposibles, esa iluminación embellecedora, esa dirección artística, elegante y dinámica gracias a la mezcla del slow y el fast motion que distingue lo que puedan conseguir unos aspirantes con buenos medios de quien sí controla) es la banda sonora: precisa e impecable. Del country rock tranquilo de Night Moves de Bob Seger que acompaña a Cory Kennedy pasamos sin más al primer black metal ochentero de Mercyful Fate en Gypsy para la parte de Will Arnet. También el hip hop de Meet Mill junto a Rick Ross en Tupac Back que embarca tanto la aparición de Jeron Wilson como de Brandom Biebel, y después en la parte del español Jesús Fernández el Spanish Mix de Hotel California a cargo de los Gipsy Kings. Justice, Suicidal Tendencies, David Bowie y, casi cerrando, el Rill Rill (¡have a heart!) de Sleight Bells. Todos los palos posibles para, como diría Spike Jonze en una entrevista después, realizar la segunda cuestión más difícil de un documental de skater: elegir temas musicales que conquisten a todos los patinadores (tarea casi imposible al igual que la primera, que como nos demuestra Jack Black en cierto momento, es conseguir que los patinadores repitan las tomas diez, veinte veces, hasta que en alguna salga bien).

Y no, no sólo es interesante visualmente y funciona por sí misma como pieza autónoma la intro de Pretty Sweet, sino también su cierre. Primero por todas las tomas falsas y momentos lúdicos del rodaje (tasers, vómitos, rotafléx y muchas hostias, de nuevo, en esa alta definición que tan bien vende televisores de 70 pulgadas) y segundo por la remezcla del Teachers de Daft Punk, una canción que en el original rinde tributo mencionando los nombres de los grupos de música electrónica que precedían e influenciaban al dúo francés, y cambiado esa ristra de nombres de Paul Johnson o Dr. Dre por los de Tony Hawk, Daewon Song o Steve Caballero. El acompañamiento visual de la canción contiene un aluvión de cameos de prácticamente todos los nombres mencionados (la lista completa en este link), con lo que ese clip ya es un documento histórico valioso por sí mismo, por ser un ejercicio de memorabilia viva del universo skater con muchos de los más grandes patinadores que allanaron el camino para que la nueva generación, esa que hemos visto en la hora anterior, pueda estar donde está. Terminan los créditos y el círculo se cierra.

Monopatín

Y de Estados Unidos, dos grandes marcas y los patinadores más prestigiosos del mundo pasamos a España, a Monopatín (una de las grandes sorpresas de la temporada) y esa singular forma con que adaptamos en nuestro país ciertos fenómenos extranjeros, sobre todo en aquel momento en el que salíamos de una dictadura y teníamos más ganas de abrirnos culturalmente que medios para hacerlo. Pedro Temboury (conocido por sus largos Ellos robaron la picha de Hitler y Kárate a muerte en Torremolinos) y Alfredo Prados realizan este documental, que es tan gracioso como romántico y una oportunidad única de conocer el pequeño universo de los pioneros del patín, aquellos que se sentían embelesados y superados por las pocas imágenes a las que podían acceder, mirando aquel submundo que se daba más allá del océano casi como si fuese uno poblado por extraterrestres con tecnologías del futuro y mentalidad hipervanguardista.

En Monopatín no hay Vans o Dickies, grunge o pantalones caídos. Lo que hay son pantalones cortos de colores llamativos y más rodilleras y coderas de las que veríamos a día de hoy en la totalidad de parques públicos. ¿Porque se levantaban 3 metros? Más bien porque los inicios del skate fueron otro rollo, en España uno muy particular pero, nos indica Francisco José Burgos, uno en el que el deslizarse encima de una tabla significaba lo mismo más allá de cualquier frontera: “monopatín como sinónimo de libertad”. Un patín crudo (madera maciza de haya), puro y cándido el de aquellos niños que al principio usaban esas extrañas tablas con ruedas sentados o tumbados boca abajo en ellas y bajando cuestas hasta que Javier Labad dice “vimos en la publicidad de un tebeo extranjero que un tipo estaba con los dos pies erguido encima de la tabla”, y eso, empezar a tomar curvas y soltar los ejes, todo uno.

Unos orígenes en los que, si le preguntas a la gente mayor de Cantabria o País Vasco, los niños allá por 1968 no iban en monopatines sino en Sanchekis. marca de Irún que protagoniza por su propia importancia histórica la mayor parte del documental. De allí salieron los primeros niños, unos pubescentes Txus Domínguez, Ibon Amatriain o Nacho Puig que a la edad de 14 años (en el mejor de los casos) consiguieron convencer a sus padres y madres para que les dejasen ir en una Volkswagen azul promocionando la empresa regentada por Javier Sánchez por media nación, dedicándose a gastar las tablas que les proporcionaban para pruebas y exhibición y a montar y desmontar las pistas y rampas de toneladas de peso que les llevaban más horas colocar que disfrutar, pero también dejándose llevar por los encantos de una independencia de movimientos llovida bajo el paraguas de la suerte accidental de la promoción de marca, algo por aquel entonces casi inconcebible.

El apaño, el ingenio, los acentos vascos y madrileños y, sobre todo, las sonrisas nostálgicas rebosan durante este documental en los comentarios de quienes comenzaron esta subcultura y estilo de vida. Más acostumbrados antes de dominar el asfalto a surfear por el mar cantábrico (que practicaban ellos mismos antes del descubrimiento) crearon una pequeña sociedad que no marginaba ni distinguía. Percibimos que, en su momento, les imbuía el sentimiento comunitario de estar construyendo con el encanto de la precariedad y la burbuja del aislamiento cultural. El patín hoy es moda, pero en sus inicios un lienzo en blanco para los espíritus inquietos de los escasos miembros del equipo Sancheski, el California Sun el Skate Club de Catalunya. Aunque no nos confundamos, como ellos mismos dirán en sus intervenciones la que nos exponen no es una añoranza buscada y fácil, sino consciente y crítica. Algo lastimera pero muy interesante. Tampoco son todo buenos recuerdos: aquel rudimentario (hecho con los bocetos de lo que soñaba podría ser un parque skate ideal dibujado por un niño) Skatepark de Arenys de Munt o, sobre todo, la destrucción de La Sindical en Madrid (R.I.P. Sindi) construido durante años por los pioneros y bajo el resguardo legal del altruista y ebanista Tomás Moreno nos recuerdan las dificultades a las que se presenta cualquier colectividad que da más prioridad a la diversión y fraternidad que a la promoción y capitalización de su actividad (enterraron el parque para pertrechar un par de pistas de paddle en completo desuso desde su inicio).

La banda sonora, cedida por Subterfuge y Munster Records también ayuda a elaborar ese tono de mezcla entre lo tiki y del barrio, entre promover el DIY y el ser la avanzadilla de un movimiento underground nacional. La banda trapera del río es la que aporta el tema principal, Monopatín, Imperial Surfers, Golden Zombies o Wipe Out Skaters son otros de sus nombres. La selección completa (o casi) en la lista de Spotify que hemos elaborado para la ocasión.

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