La leggenda di Kaspar Hauser: hay un Dios techno pinchando en la playa

marzo 10, 2014

Hay una nota autoconsciente, autocrítica y autoparódica en el electro house y techno francés de primera línea (Justice, Yuksek, Gesaffelstein). Dentro de los amplios territorios sonoros que los músicos de la electrónica han dominado existe una particular corriente de gradilocuencia y engreimiento que se hace especialmente interesante por su capacidad de generar atracción y rechazo a partes iguales. Sus fastuosos ritmos y simples pero universales melodías buscan colmar un hueco en el cosmos creativo donde sus obras aparezcan satíricamente sagradas, convenientemente divinas y al mismo tiempo jocosas. En la pista los devotos clubbers liberan sus cuerpos al ambiente profanador y celebración del estado alterado mientras en lo alto los djs se sienten amos de su especial revolución religiosa. Y así como estos artistas demuestran en las ondas su capacidad para crear atmósferas, cuando deciden cambiar los platos por las cámaras, mantienen la premisa de construir espacios totales. Pero si sus arquitecturas han de ser divinas, entonces, para no hacer el ridículo no quedará otra que adoptar la distancia irónica.

Ya sea bien en el Electroma de Daft Punk o en el Rubber y Wrong de Mr. Oizo en estas obras se nota ese punto de comedia megalómana francesa, y el uso de los recursos físicos en escena, con sus parafernalias y solemnes ecos ritualísticos no hacen más que cercionar esa misma consagración que hemos de concederle a los loops, samples y beats de sus temas. Aunque estemos hablando de una comunidad con problemas de identidad donde todo el mundo lleva la máscara de los robots. Aunque el reloj marque las 7:60 de la mañana. Aunque el protagonista sea un neumático. Sólo hay que viajar unos siglos atrás en el tiempo para recordar que Francia fue la cuna del burlesque, el travesty y la extravaganza.

Davide Manulli lleva desde los años 80 buscando una nueva narrativa cinematográfica, en particular una que sepa explicar y trasformar en imágenes lo absurdo y cercano que es, al mismo tiempo, la música de baile como medio de comunicación social. Pongamos como ejemplo Mental Masturbation, un corto en Super 8 del 90 (ya apuntaba maneras) de preciosa banda sonora estilo trance (un elemento que será recurrente en todos sus trabajos). O el largo Beket, en el que elaboró una disertación fílmica acerca de las implicaciones de la mise en scene que renegaba de las construcciones narrativas de todo el cine clásico. En ambos casos el ambiente de libertad formal facilita que la música (siempre electrónica) sea protagonista de sus películas, y la única que consigue enlazar significados entre sus personajes. O entre sus personajes y la idiosincracia interna de esas películas. O entre la naturaleza de sus películas y nosotros mismos. Un bálsamo, a fin de cuentas, que traspasa todas las capas y en todas las direcciones. Anarquitectura es una palabra preciosa.

En el entorno surrealista que le confiere la pequeña isla mediterránea de Sardinia, con aires de post-western, banda sonora a cargo de Vitalic y rodado en un blanco y negro de grano medio Davide Manuli se siente en terreno seguro para reformular (parodiar) una visión italiana, neorrealista y descreída de la clásica leyenda y tropo cultural cargado de significantes de aquel joven que, supuestamente, apareció en Nüremberg en 1828 para descubrirle a los oriundos el concepto de aislamiento sensorial. Otras versiones también apuntan a la teoría de Kaspar Hauser como un mentiroso patológico que supo engañar a la totalidad de los vecinos del pueblo. Por suerte para nosotros aquella poderosa historia nunca se esclareció del todo y cantidad de intelectuales se han dedicado desde entonces a repensar los hechos, mejor aún, sus consecuencias metafísicas.

En La leggenda cobran mucha importancia las profesiones, o mejor dicho, los modos de vida. Entre sus personajes encontramos a un protector Sheriff (Vincent Gallo, ese significante que camina entre proyectos que cuentan con su sello de aprobación, tan consciente y poderoso siempre), una regente duquesa, un camello (también Gallo), un sacerdote, una puta y un sirviente. Posibles personificaciones del elenco de identidades del guión de género más canónico, pero obviamente también las figuras que pueblan nuestro imaginario de lo que hay en un club nocturno. Cuando llegue Kaspar Hauser traído por el destino a la orilla de la playa revolucionará el status quo de esta pequeña comunidad para que por fin todas las cosas cobren sentido. Porque lo que parece quedar claro tras el visionado de esta extraña cinta es que son las conexiones dentro de la comunidad de la isla las que configuran el ecosistema básico de la fiesta. La fiesta como elemento liberador y necesario y el DJ como advenedizo redentor que morirá por todos nosotros dejándonos una catársis colectiva en la memoria con la que soportar la losa del tiempo. Last night a DJ save my life casi literalmente.

Comparan el estilo que maneja Manuli en la película con un Korine sin el trash, con un F.J. Ossang menos punk, con un Thomas Pynchon balanizado. La leggenda di Kaspar Hauser es, por supuesto, una gran broma. Un cúmulo de aleatoriedad bien calculada, una suma de momentos brillantes de estética impostada que sólo se conectan entre sí mediante una repetitiva banda sonora y en donde gran parte del tiempo sólo se nos ofrece a un puñado de freaks tanteando simbolismos en el fondo inexistentes. Una broma pretenciosa, carente de sentido y que motiva de una forma tan animosa como irrelevante. Lobotomizante como sólo lo es el mejor electro. Lo contemplativo siempre tiene algo de místico. Que sea lo que Dios quiera.

Hay un Dios techno pinchando en la playa y yo no puedo evitar escuchar su llamada.

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