Ese oscuro objeto de diseño II

febrero 6, 2015

Y segundo post sobre esas piezas clásicas de las artes decorativas que pueblan nuestras ficciones, hoy hablamos del legado de Ludwig Mies van der Rohe, el International Style y sus sillas, la Cantilever y la Barcelona.

Ludwig Mies van der Rohe

A van der Rohe le debemos al menos dos aportaciones cruciales para el siglo XX: el rascacielos de vidrio y acero, con sus ventanas corridas y bandas ininterrumpidas de vidrio entre las caras de losas de hormigón armado que diseñó originalmente para un centro de oficinas de Alemania (y que extendería a muchas de sus creaciones y después a millones de edificios comerciales) y el célebre mantra “menos es más”. Estas dos ideas, que sintetizan lo que van der Rohe representa, no son más que la punta del iceberg de una vida entregada a un concepto de la arquitectura como auténtica declaración de su tiempo. Y catedrales para aquella era del pathos se contraponen a las estructuras de cristal y metal de la era de la industrialización avanzada. No por nada, fue el último director de la Escuela de la Bauhaus.

Este joven sin estudios de arquitectura, hijo de un cantero y que iba para constructor tuvo la suerte de toparse con Peter Behrens, diseñador y arquitecto del que heredaría la querencia por la sobriedad y que le acogió en su estudio, donde trabajaría codo con codo con Walter Gropius y Le Corbusier. Habiendo aprendido rápidamente tanto las técnicas (dejándose influenciar fuertemente por Los cinco puntos de una nueva arquitectura de Le Corbusier) como el saber estar, no tardó en dejar el despacho de Behrens y lanzar su propio estudio en Berlin, dejar a su adinerada mujer y cambiarse el nombre añadiendo una diéresis a la “e” de Mies y eligiendo el apellido de soltera de su madre, van der Rohe, para su apellido, todo ello con el mismo propósito: ascender socialmente primero en las apariencias para lograrlo después de facto, y construirse una imagen de éxito acorde con lo que conseguiría después.

Experimentando con materiales industriales y como encargo para la presentación de 1927 de las viviendas modernistas Weissenhof en Stuttgart (una exposición que suscitó múltiples discusiones en la época) en la que le pedían una silla cuyas patas traseras y el respaldo fuesen una misma pieza, se fijó e inspiró en los dibujos de Mart Stam de una silla voladiza con tuberías de gas soldadas, y crearía su icónica MR10, no con tuberías de gas pero sí con metal tubular elástico retorcido en esa sinuosa curva que le daría a la estructura una flexibilidad única y ópticamente la sensación justa entre dinamismo, delicadeza y rigidez que estéticamente ansiaban. ¿El asiento y el respaldo? Simples trozos de cuero o mimbre, una solución tan espartana como elegante y moderna. No fue sólo la ola de sillas tubulares (de Eileen Gray y, sin duda, de Marcel Breuer) que inspiró lo que nos ha llegado a nuestros días; ésta, la MR10 conocida como Cantilever o voladizo cuenta también con diversas variaciones de la misma (la más notable sería la Silla BRNO) hechas por el mismo van der Rohe y comercializados a día de hoy por Knoll International.

Gracias al reconocimiento recogido en la Exposición de Weissenhof se convirtió en la persona ideal para diseñar el pabellón alemán en la Exposición Internacional de Barcelona de 1929. Recordemos que, antes que diseñador de muebles, el alemán era arquitecto, junto con Le Corbusier probablemente el más importante del siglo XX, y que este pabellón debería ser la consagración de su estilo y el representante directo del carácter progresista y democrático de la nueva República de Weimar pese a que la Alemania de la posguerra era un país en total depresión económica, asomándose al precipicio del nazismo. Para los arquitectos de esta corriente belleza era la coincidencia entre obra y función, los materiales y la construcción deberían subordinarse a su utilidad, y los detalles, siempre importantes, deberían estar al servicio del conjunto. Más que pura racionalización, concepto más en consonancia con los criterios de los conservadores del Gruppo 7, los modernistas del International Style buscaban esa estética que apelase a una abstracción geométrica, a la estandarización y a la industrialización. En una palabra: funcionalismo. Y allí, en la montaña de Montjuic van der Rohe presentó una construcción de tal importancia y vanguardismo que merecería un libro aparte, pero del que nos quedamos con que Alfonso XIII, quién presidía la exposición junto a su señora, le preguntó que si el edificio estaba acabado.

Para decorar el interior del pabellón diseñó la silla Barcelona, porque si hay un mueble por el que van der Rohe es célebre como diseñador de mobiliario es por su silla Barcelona. Concebida como trono para los monarcas españoles, que podrían sentarse para de esa forma observar el edificio en toda su inmensidad (aunque al final no lo hicieran), esta MR90 estaba construida con cuero y perfiles tubulares de acero inoxidable, era una inspiración de las sella curulis de los magistrados romanos. Era el contraste, entre su aspecto industrial y el trabajo artesanal que fabricar la silla conlleva detrás, entre su concepción como silla para el hombre corriente y el ser una inpiración de un elemento de la aristocracia clásica, y también como extrapolación de su silla Cantilever, ya que idealmente ambas se encontrarían en diferentes ambientes, cumpliendo sus funciones, dentro del mismo hogar. El marco fue proyectado inicialmente para ser atornillado en conjunto, pero fue rediseñado en 1950 introduciendo el acero inoxidable, lo que permitió al entramado estar formado por una pieza transparente de metal, dándole una apariencia más suave. Además, el cuero bovino reemplazó al de cerdo de color marfil que se había empleado en las piezas originales.

Puede que la Barcelona se concibiera en un primer momento como mueble para las masas, pero ya en los años 80 su precio era demasiado algo para la gente corriente, y se convirtió en un símbolo de estatus y un elemento obligatorio en cualquier ambiente de arquitectos que se precie. Más allá de todo esto, la encontramos en muchos espacios de negocios, especialmente en salas de espera y salones lujosos, sobre todo la silla primigenia pero otras veces encontramos el taburete y el diván, también de la misma familia conceptual. Fue en aquella Exposición de Barcelona donde el arquitecto dijo por primera vez que “la belleza es la manifestación de la verdad”. Tom Wolfe completaría esta afirmación cincuenta años después: “la silla Barcelona es el ideal platónico hecho silla”.

Cantilever Chair

En El Escritor se decantan por uno de los modelos de Marcel Breuer de la Silla Cantilever.

El piso de Dexter, como todo piso de buen psicópata, tendrá una silla de van der Rohe.

Paul Danno en Ruby Sparks, cuando no está manipulando a su novia, da conferencias sentado en una Cantilever.

Poco tiempo duró sentado en una de estas sillas el protagonista de El Club de la lucha antes de perpetrar su denuncia falsa.

En la distópica Los Sustitutos Bruce Willis hace una defensa del interiorismo de diseño, y de ahí esas Cantilevers.

Barcelona Chair

Repetimos: todo piso de buen psicópata tendrá una o más sillas de van der Rohe. Aquí, en American Psycho, prefieren la Barcelona.

Sandra Bullock y Keanu Reeves vivían un misterioso romance en La Casa del Lago y también de paso nos enseñaban decorados con bonitos muebles.

Abajo el Amor, todo un icono del diseño de interiores. Probablemente, la silla Barcelona sea la elección menos atrevida de todos los muebles que por ella desfilan.

Adam Sandler encarnaba en Clic a un agobiado y protopsicópata arquitecto, así que obligatorias esas sillas Barcelona.

El Escritor de nuevo, con sus muebles caros por cualquier rincón, tenía en las recepciones de la casa de un político Pierce Brosnan sillas Barcelona.

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