Veneno: carcoma colectiva

junio 23, 2014

Una ejecución en la plaza del pueblo, una espontánea y masiva marcha solidaria, la coronación de un nuevo rey. Si son los hechos excepcionales los que nos hacen reflexionar sobre las raíces de las conductas de nuestra sociedad serán los usos y costumbres, esas cosas imperceptibles que no mencionamos, las que se escabullen a nuestros filtros analíticos, quedando en el poso de lo que edifica a una sociedad pero permanece marginado a ese escrutinio tan necesario. El problema se multiplica cuando no sabemos calibrar el grado de importancia de los actos y pensamos que el hecho singular, que la violencia física, en sí ya hechos llamativos, son más graves que aquellos que se van filtrando cada día, como por el aire, invisibles. Y esta es la teoría que defienden Peer Meter y Barbara Yelin en Veneno, contando los crímenes desvelados en Bremen en marzo de 1828 y que conmocionaron a sus ciudadanos para después ser comidilla de patio a nivel mundial por lo insólito de las circunstancias del caso. La imputada, una mujer de 43 años llamada Gesche Margarethe Gottfried, confiesa en los primeros interrogatorios haber envenenado con cianuro entre 1813 y 1827 a 15 personas de su entorno más cercano, entre ellas a sus dos maridos, a sus padres y a sus hijos. Gesche Margarethe Gottfried es “El ángel de la muerte” o “El ángel caído de Bremen”, la más importante de una larga lista de mujeres envenenadoras en la historia del asesinato, y es una villana con la que se topa por accidente la protagonista de este libro, una cronista de viajes del ámbito de Leipzig, y que a su vez se empeñará en desvelar esa sombra de justificación que pueda la asesina haber empleado (en este caso el de padecer el Síndrome de Münchhausen por poder sin haber sido diagnosticado en su momento), y lo hace tomando notas desde una barrera invisible e insalvable que intenta desmitificar la premisa que se sostenía en aquella época. Nuestra cronista no quería creer que la Gottfried fuese un monstruo extraordinario, imposible de comprender. Es totalmente imposible que nadie se esté 14 años de su vida envenenando a varias personas de manera constante en una comunidad cerrada sin que nadie se dé cuenta.

Porque si fue imposible de mirar, de hecho, fue por culpa de los agentes del caso, que rodearon el acontecimiento de misterio, debido al cruce de intereses que se generaron para los diversos habitantes de Bremen. Desde las múltiples figuras de autoridad, como la del abogado de la asesina, Friedrich Leopold Voget, más interesado en vender sus difamatorios libros que de ayudar a su cliente ya prejuzgada por él mismo de antemano, o como la del pastor de la comunidad el señor Rotermund que pretendía, en teoría, cumplir su labor de asistente espiritual para un alma enferma para finalmente ser quien torture psicológicamente a una mujer que hace tiempo dejó de creer en su propia salvación. El agente de mayor responsabilidad, sin embargo, es la de los propios aldeanos que como recoge en sus testimonios la protagonista comentan, murmullan al arropo de la oscuridad de sus casas ardientes de chismorreos. En aquellos vívidos días el enigma imposible de explicar por todos ellos era el de haber sido partícipes de una situación de tropelía social, cayendo en las garras de la tentación aislacionista y sin que nadie fuese capaz de levantar la voz y denunciar unos hechos por todos conocidos. Nadie sabe explicarse por qué si sabían lo que pasaba en el hogar de la Gottfried no es sólo que no lo denunciasen, es que sus amistades, plenamente conscientes de las sombras de muerte por la llamada “grasa de ratas” que rodeaban su vida, seguían yendo a comer a su casa. Y ese bloqueo, esa barrera invisible como invisibles fueron durante mucho tiempo ciertas luchas, son las que nos estamos olvidando de iluminar.

Veneno es un cómic que fascina, que engancha y conmueve con una facilidad encomiable, con un trazo expresionista algo pobre pero altamente efectivo y un tono de denuncia social bastante enfocado al feminismo que si bien podrá saturar a algunos no deja de ser fidedigno al contexto de la época. Sus memorables personajes nos descubren escenas que golpean con el efecto de unas acciones tan habituales como injustas y el atractivo del tema de las envenenadoras y de esa tendencia humana a mirar para otro lado completa este ejercicio de revisión de los hechos que nos gustaría fuese una fábula moral cuando, en realidad, pertenece a la historia de los límites del ser humano. Meter ya tocó los mismos temas en su cómic sobre los últimos días de libertad y la captura de Fritz Haarman en Haarman. El carnicero de Hannover, pero en esta ocasión la intención acusadora a los partícipes del atropello judicial (el oficial y el público) que sucedió en la localidad en la que él mismo nació y se crió convierten Veneno no sólo en una obra notable, sino también en un volumen ejemplar en cuanto a simpleza y gracia, a la altura del mejor Carlos Giménez o Paco Roca, para quienes estén interesados en descubrir las claves del relato aguerrido sobre la memoria histórica.

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